Kabiosile Ramón Cabrera

Esta es la historia absurda de un hombre que fue dueño de muchos pueblos de la isla de Cuba. Ramón Cabrera les cantó, los apresó más bien, en los sueños que armaba y componía, con lenta nostalgia, con una orfebrería que les sobreviviría más allá de casas y entornos. Sin embargo, vino a morir de alguna tristeza inconfesada del otro lado de la tierra, en Madrid, una ciudad que nunca apareció marcada en su anhelo.

En las listas que pretenden refirmar la memoria de los hombres, se confunde con un general carlista, aquel Tigre del Maestrazgo que tal vez trajo mucho dolor, y no el sueño tibio que necesitan los humanos en su frágil corazón. Tiene también, y desgraciadamente relacionado con la música, el mismo nombre de un asesino: un colérico mexicano que acribilló a balazos, en Texas, a un cantor de barrio que no se sabía una canción solicitada. No era ninguna de las que escribió este bayamés para que el Beny Moré engrandeciera los paisajes cubanos.

Yo nací en su pueblo, un sitio tendido junto a un río que ahora se enrosca en sí mismo, pero que llenó una vez mi pecho con la fuerza de su viaje hacia todas las partes. Entonces yo pensaba que por sus aguas se llegaba al mundo. Tal vez Ramón Cabrera tuvo la misma peregrina idea, porque echó a volar su ternura trashumante, y comenzó a llenar el cielo de mi país con una geografía insólita, y un día, aquellas ciudades y barrios a los que cantó por voz de otros, amanecieron regocijadamente asombrados, mirando el nombre de sus sitios en la eternidad de los viajeros.

Ya nadie piensa en Manzanillo, el diamante oriental al borde de aguas azules como la pena, en el golfo de Guacanayabo, sin que el Beny le invite, por mediación de Cabrera, a ir a “pescar la luna en el mar”. Con la garganta del Bárbaro lo puso en nuestra emoción, en ese aullido de amor que huele a oleaje y precipicio: “Noches de luna de Manzanillo,/ brillo de plata sobre la mar”. Silban sus versos junto a la fuerte brisa, y allá en el fondo, pasa un viejo barco entre gemidos. Por eso el Beny lo apuntó con el trémulo esplendor de Ramón Cabrera: “Para las novias de los marinos/ de Manzanillo quiero cantar,/ porque en silencio siempre se mueren/ si ven un barco lejos zarpar”.

Y no hay mortal que ponga en duda las maravillas de Cienfuegos, la perla del sur, que tiene desde entonces, en la memoria sonora, el aire lento del sueño. Hijo de una ciudad de tierra adentro, con gente como yo, enamorada del horizonte azul, bordeó el litoral de la ciudad, y llegó al monte inmenso que la vigila. Lo dijo para que nunca más olvidáramos el ruido tenue de la tojosa, revoloteando en la sombra alargada de la yagruma: “Me gusta ver cómo baja/ del monte el Hanabanilla/ y cómo choca en la orilla/ de la roca que lo ataja./ Me gusta ver cómo encaja/ el Escambray en el llano…”

Desde Guantánamo a Marianao, señalando a las santiagueras, deteniéndose en Banes para Tito Gómez y la Riverside, y enalteciendo con Tito a mi tierra –la suya- Bayamo, en un trayecto de pasión donde sembró siempre las flores perfumadas de la mujer cubana, Ramón Cabrera iluminó con música el atardecer de esos paisajes. Los incrustó en nuestra sangre, y ahí andan deslumbrantes y alegres. Yo he sido una de sus víctimas. Y sé que me moriré en la contradicción, por no llevarle la contraria, pues absolutizó la belleza de la mujer palmera, cuando le tocó el filo de alguna mirada ardorosa en Palma Soriano. Ese son, bullendo en mí, me obligaba a mirar con fijeza en cada aventura, a las jóvenes, que en las aceras del camino que atraviesa el pueblo, resguardaban el brillo enceguecedor de su pelo bajo los parasoles del arduo mediodía. Me moriré pensando que tal vez tuvo razón Mongo Cabrera, y que ahora yo, tan lejos, no podré ejercer mi extraño oficio de vigía del amor. Y serán sus mujeres las más bellas de la tierra, si él lo afirmó con ese fervor que lo enaltece.

Como no discutiré su exagerado optimismo, cuando exclamó –siempre por voz del Beny- “En Marianao la vida se ve/ se ve color de rosa”, porque hay trampa en su euforia. El estribillo lo delata: “Allá en Marianao/ tengo mi querer,/ y lo voy a ver/ al anochecer”, escaramuza de hombre enamorado que glorifica un sitio con lo que siente, con toda su nocturnidad y poesía.

Pienso ahora, en la distancia, si Ramón Cabrera se hubiera quedado en Bayamo, donde vio la luz de la metáfora en 1925, y no le hubiera dado por andar descubriendo los destellos que nadie como él sintió, en las ciudades del recorrido musical, le habría bastado uno solo de sus boleros, Tu voz, escrito en 1952, especialmente para esa futura reina que es y será Celia Cruz, y que ha soltado desde entonces con tanta lava arrolladora. Queda en la noche de los tiempos la pregunta: “No sé qué tiene tu voz que fascina…” para declarar a todas las almas que “Tu voz se adentró en mi ser/ y la tengo presa,/ tu voz que es tañer de campanas/ al morir la tarde”.

Hoy es otoño en la ciudad donde escribo. El mar se esconde cerca, y en su noche también quedará alguna novia que llore al ver partir las sombras de un gran barco. Para mi sorpresa, no es Antonio Machín quien me llena de esperanza con otra creación inolvidable de Cabrera: Esperanza. Es la nostalgia parisina de Charles Aznavour que me trae ahora al bayamés muerto lejos del océano. “Esperanza, Esperanza/ le bonheur en nos coeurs suit son cours”. Nunca pensé que un nombre de mujer –aquella muchacha que sólo bailaba cha cha chá-, pronunciado así, en otra lengua, me conmoviera tanto. Vienen a mí, de golpe, las ondas del río que ahora mismo se oculta de su antiguo esplendor en la ciudad donde los dos nacimos. Pasan, en el viento veloz de mi casa en las nubes, como postales de sangre, los pueblos que nombró contra la mala memoria. Ramón Cabrera murió lejos del mar, en Madrid, el 15 de diciembre de 1993. Su corazón se disfrazó, seguramente, de marino, y pasará rielando sobre el agua profunda de Manzanillo, mientras todas las novias le despiden, y Beny Moré vuelve a estremecer el oleaje de la dicha.

Ramón Fernández-Larrea en Barcelona, octubre del 2002.

 

Lea También: Salutación al compositor Ramón Cabrera Pavón Argote en su nacimiento.


Con Acento Cubano

Programa Radial escrito y dirigido por Oniel Moisés Uriarte en Madrid, España.

Dedicado al Aniversario del natalicio del compositor Ramón Cabrera, más conocido como el cantor de los paisajes y las ciudades de Cuba.

 

 

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